Triunfar, o simplemente triunfar. Pareciera no existir otra opción para Diego Rous, un orfebre del género urbano que convierte lo terrenal y cotidiano en la clave de su supervivencia. Entre notas de cumbia, este cantante copiapino de 31 años se eleva hasta las estrellas, persiguiendo el reclamo de una deuda tan antigua como injusta: la que desatiende la relevancia de las regiones ante los ojos de la capital. Un Robin Hood del desierto, dispuesto a cambiar las reglas del juego musical al que fue llamado por vocación, ha comenzado su travesía, planeando amplificar su camino para que nadie pueda ignorarlo.
En los callejones de Santa Elvira, Diego Rous dio sus primeros pasos, guiado por el amor de su abuelo. A los cuatro años, se trasladó con sus padres a Litoral Rojo, donde floreció su primera pasión: el fútbol. Los pasillos de esa localidad lo conectaron con niños de su edad, con quienes forjó amistades entrañables, siempre con una pelota de por medio. En aquel entonces, la música aún no ocupaba un lugar en los pensamientos de Diego. Fue en el Liceo Tecnológico de Copiapó donde el bicho del arte lo picaría por primera vez.
"Cuando estaba estudiando, me uní a una batucada, en una academia, y ahí me enamoré de la percusión. Fueron mis primeros pasos en el mundo de la música", confiesa el ascendente cantante durante una conversación cercana con Periodismo Chileno. Sumado a esto, no olvida el impacto profundo que tuvo la guitarra de su primo Leo en su sensibilidad: "Él fue el familiar que me inspiró en la música. Siempre lo veía con su instrumento a todos lados, en nuestros viajes, con su guitarra". La melodía de esas cuerdas resonó en su alma, sembrando la semilla de su propio camino musical.
Copiapó, su oasis en el mundo, también dejó su huella. Amigado con sus altas temperaturas y su sequedad, el intérprete celebra la tranquilidad de la norteña y desértica ciudad que lo vio crecer. Pero es consciente de los desafíos que enfrenta un artista regional: "La principal dificultad, obviamente, radica en estar muy lejos de Santiago. Por esto, la mayoría de los artistas que quieren surgir se ven obligados a irse a buscar oportunidades a la capital. Hoy por hoy, lamentablemente, todo pasa por Santiago".
Para Diego Rous, quien estudió gastronomía y electromecánica, la música fluye de forma innata. Se autodenomina un autodidacta ferviente, y abraza la pasión por el arte con la valentía de un guerrero. Reconoce, eso sí, la importancia de continuar su aprendizaje, por lo que siempre busca la guía de profesionales que impulsen su talento y su amor por la cumbia, el género que conquistó su corazón desde temprana edad y que dejó una marca indeleble en su destino en los escenarios.
Al hablar de sus influencias, el cantante destaca la desgarrada cumbia villera de Argentina y el reguetón de toda la vida. "También me gustan mucho los boleros y la música romántica. En la casa de mis padres siempre se escuchaba Camilo Sesto y Marco Antonio Solís", confiesa antes de revelar que suele explorar una amplia gama de géneros con el objetivo de rescatar diversos sonidos y fusionarlos en sus propias canciones, adaptándolos a su estilo único. Esta obsesión melómana lo condujo a su primera banda en 2019, una agrupación de cumbia copiapina en la que supo brillar, pero de la cual lo invitaron a retirarse por su espíritu intrépido en 2022.
"La situación surgió cuando les presenté una canción más urbana que no gustó mucho, así que decidí hacerla solo. En ese contexto conocí al músico Care Leche, con quien interpreté ese tema. Pero cuando salió la canción, los de la banda me sugirieron que diera un paso al costado porque había hecho un tema fuera de la agrupación", explica Diego, quien en ese momento dio el salto como solista.
Llanero solitario
"No fue una travesía sencilla; estaba con muchos temores. De no ser por el apoyo incondicional de mi familia, mi esposa, mis hijos y mis padres, creo que no habría podido dar este paso. Fue una decisión arriesgada, pero hasta ahora ha dado fruto", afirma con orgullo al ser consultado sobre sus primeros pasos a solas, y admite que jamás imaginó que su música llegaría a tantos oídos con tal velocidad. Su más reciente sencillo, "Para toda la vida", sucesor de "Una cumbiaita a la pared", está recibiendo elogios entusiastas. En este tema, se percibe claramente su creciente inclinación hacia la música urbana. Es alegremente contagiosa, de espíritu bailable, romántica y posee lo necesario para convertirse en un éxito instantáneo.
"Siempre me han gustado el reguetón y el hip hop, pero mi enfoque es diferente. Estoy intentando variar las melodías, incorporando toques de rapeo y una línea melódica que suene distinta a lo que se escucha hoy en día en Chile", explica antes de definir su espectro musical como una amalgama de ritmos. Con ello, busca transmitir a su audiencia emociones asociadas a la alegría y la fiesta: "Me enfoco en el amor, en pasarlo bien. La idea es que mis canciones sean dedicadas a esa persona especial, capaces de enamorar y conquistar, elevando el ánimo de quienes las escuchan".
"El momento de cambiar el enfoque debería haber sido desde el día uno".
Asevera estar parado al otro lado de esa bulliciosa rama del género urbano comúnmente asociado al machismo. Sus letras dan un giro, escapando de la misoginia para abrazar el romance. "El momento de cambiar el enfoque de las letras en este género debería haber sido desde el día uno, pero lamentablemente estamos atrapados en una moda que persiste. Creo firmemente que, eventualmente, esas letras despectivas se extinguirán. No será sencillo, ya que se han arraigado como una tendencia, y muchas mujeres crecen inmersas en esas líricas. Sin embargo, confío en que un día las mujeres pondrán una barrera, y así, esas canciones machistas y explícitas se acabarán", sostiene.
Recorrer el plano sonoro de Diego Rous es como adentrarse en una experiencia distendida, atractiva para todos los oídos. No es de extrañar que su meta principal sea "llegar lo más alto posible", como él mismo proclama, porque definitivamente tiene los medios para lograrlo. Y Diego lo comprende perfectamente. Además, tiene claro que, pase lo que pase, seguirá siendo un apasionado embajador de la ciudad y la región donde sus primeros latidos de pasión resonaron. Su música, diferente, audaz y de ideales bien plantados, representa un soplo de aire fresco en medio de una escena que, hasta ahora, ha estado demasiado confinada geográficamente y atrapada en una espiral de monotonía, como si hubiera alcanzado sus propios límites.