En un mercado lleno de productos perecederos, existe una joya natural capaz de resistir el paso del tiempo: un alimento que conserva su pureza, sabor y propiedades durante siglos, desafiando los efectos del tiempo y las condiciones ambientales.
La rapidez con que un alimento pierde su calidad depende de su composición química y de las condiciones de almacenamiento. Aquellos ricos en agua, grasas o azúcares simples tienden a deteriorarse más rápido.
Pero existe otro tipo de alimento más resistente. Dentro de este grupo, se encuentra la miel. Esta sustancia dulce, producida por las abejas a partir del néctar de las flores, combina azúcares naturales, antioxidantes, vitaminas, minerales y compuestos bioactivos que garantizan su conservación.
La miel tiene varias características clave que explican su longevidad: su baja humedad limita el crecimiento de bacterias y levaduras; su alta acidez crea un entorno malo para los microorganismos; y su contenido de peróxido de hidrógeno, producido por enzimas de las abejas, aporta propiedades antimicrobianas adicionales. Además, su elevada concentración de azúcares deshidrata a las bacterias e impide su proliferación.
"Su baja humedad limita el crecimiento de bacterias y levaduras".
¿Cómo conservarla?
Para conservar adecuadamente este alimento, se recomienda almacenarla en recipientes herméticos, en lugares frescos, secos y alejados de la luz solar directa. La cristalización o el cambio de color de la miel no son señales de deterioro, sino procesos naturales que pueden revertirse con un calentamiento suave a baño maría.
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